Comentario
Algunas cosas que le pasaron en Cuba a Hernán Cortés
Envió el almirante don Diego Colón, que gobernaba las Indias, a Diego Velázquez que conquistase Cuba, el año 11, y le dio la gente, armas y cosas necesarias. Hernán Cortés fue a la conquista como oficial del tesorero Miguel de Pasamonte, para llevar cuenta de los quintos y hacienda del Rey; y hasta el mismo Diego Velázquez se lo rogó, por ser hábil y diligente. En la repartición que hizo Diego Velázquez después de conquistada la isla, dio a Cortés los indios de Manicarao, en compañía de su cuñado Juan Suárez. Vivió Cortés en Santiago de Barucoa, que fue la primera población de aquella isla. Crió vacas, ovejas y yeguas; y así, fue el primero que allí tuvo hato y cabaña. Sacó gran cantidad de oro con sus indios, y muy pronto llegó a ser rico, y puso dos mil castellanos en compañía de Andrés de Duero, con el que trataba. Tuvo gracia y autoridad con Diego Velázquez para despachar negocios y entender en edificios, como fueron la casa de la fundición y un hospital. Llevó a Cuba Juan Suárez, natural de Granada, a tres o cuatro hermanas suyas y a su madre, que habían ido a Santo Domingo con la virreina doña María de Toledo, el año 9, con el pensamiento de casarse allí con hombres ricos, pues ellas eran pobres; y hasta una de ellas, que tenía por nombre Catalina, solía decir muy de veras que tenía que ser gran señora, o porque lo soñase, o porque se lo dijese algún astrólogo, aunque dicen que su madre sabía muchas cosas. Eran las Suárez bonitas; por lo cual, y por haber allí pocas españolas, las festejaban muchos, y Cortés a Catalina, con la que al fin se casó, aunque primero tuvo sobre ello algunas pendencias y estuvo preso, pues no la quería él por mujer, y ella le reclamaba la palabra. Diego Velázquez la favorecía por amor a otra hermana suya, que tenía mala fama, y hasta él era demasiado mujeril. Le acosaban Baltasar Bermúdez, Juan Suárez, don Antonio Velázquez y un tal Villegas para que se casase con ella; y como le querían mal, dijeron muchos males de él a Diego Velázquez acerca de los negocios que le encargaban, y que trataba con algunas personas cosas nuevas en secreto. Lo cual, aunque no era verdad, lo parecía, porque muchos iban a su casa, y se quejaban de Diego Velázquez, o porque no les daba repartimiento de indios, o se lo daba pequeño. Diego Velázquez creyó esto, con el enojo que de él tenía porque no se casaba con Catalina Suárez, y le trató mal de palabra en presencia de muchos, y hasta lo metió preso. Cortés, que se vio en el cepo, temió algún proceso con testigos falsos, como suele acontecer en aquellos sitios. Rompió el pestillo del candado del cepo, cogió la espada y rodela del alcalde, abrió una ventana, se descolgó por ella, y se fue a la iglesia. Diego Velázquez riñó a Cristóbal de Lagos, diciendo que había soltado a Cortés por dinero o soborno, y procuró sacarlo con engaños del lugar sagrado, y hasta por la fuerza; pero Cortés entendía las palabras y resistía la fuerza; sin embargo, un día se descuidó y le cogieron paseando delante de la puerta de la iglesia, el alguacil Juan Escudero y otros, y lo metieron en una nave que había debajo. Entonces favorecían muchos a Cortés, comprendiendo haber pasión en el gobernador. Cortés, cuando se vio en la nave, desconfió de su libertad, y tuvo por cierto que lo enviarían a Santo Domingo o a España. Probó muchas veces a sacar el pie de la cadena, y tanto hizo, que lo sacó, aunque con grandísimo dolor. Cambió luego aquella misma noche su ropa con el mozo que lo servía; salió por la bomba sin ser sentido; se coló rápidamente por un lado del navío al esquife, y se fue con él; mas para que no le siguiesen, soltó el barco de otro navío que allí junto estaba. Era tanta la corriente de Macaguanigua, río de Barucoa, que no pudo entrar con el esquife, porque remaba solo y estaba cansado, y ni aun supo tomar tierra. Temiendo ahogarse si volcaba el barco, se desnudó y se ató con un turbante sobre la cabeza algunas escrituras que tenía, como escribano de Ayuntamiento y oficial del tesorero, y que obraban contra Diego Velázquez; se tiró al mar, y salió nadando a tierra. Fue a su casa, habló a Juan Suárez, y se metió otra vez en la iglesia con armas. Diego Velázquez envió a decir entonces a Cortés que lo pasado, pasado, y que fuesen amigos como antes, para ir sobre algunos isleños que andaban levantados. Cortés se casó con Catalina Suárez, porque lo había prometido y por vivir en paz, y no quiso hablar a Diego Velázquez en muchos días. Salió Diego Velázquez con mucha gente contra los alzados, y dijo Cortés a su cuñado Juan Suárez que le sacase fuera de la ciudad una lanza y una ballesta, y él salió de la iglesia al anochecer, y cogiendo la ballesta, se fue con el cuñado a una granja donde estaba Diego Velázquez solo con sus criados, pues los demás estaban aposentados en un lugar cerca de allí, y aún no habían venido todos, porque era el primer día. Llegó tarde, y al tiempo que miraba Diego Velázquez el libro de la despensa; llamó a la puerta, que estaba abierta, y dijo al que respondió que era Cortés, que quería hablar al Señor gobernador, y tras esto se metió dentro. Diego Velázquez temió, por verle armado y a tal hora, y le rogó que cenase y descansase sin recelo. Él dijo que no venía más que a saber las quejas que de él tenía, y a satisfacerle y a ser su amigo y servidor. Estrecháronse las manos como amigos, y después de muchas pláticas se acostaron juntos en una cama, donde los halló a la mañana siguiente Diego de Orellana, que fue a ver al gobernador y a decirle que Cortés se había ido. De esta manera volvió Cortes a la amistad de antes con Diego Velázquez, y se fue con él a la guerra; y cuando volvió creyó ahogarse en el mar, pues viniendo de las bocas de Bani, de ver a unos pastores e indios que tenía en las minas, a Barucoa, donde vivía, se le volvió la canoa de noche a media legua de tierra y con tempestad; mas salió a nado, atinando por una lumbre de pastores que cenaban junto al mar: por semejantes peligros y rodeos corren su camino los muy excelentes varones, hasta llegar a donde les está guardada su buena dicha.